
En el tablero de la política argentina, el gobierno de Javier Milei se encuentra en jaque. Su llegada al poder fue una jugada maestra, basada en una narrativa tan simple como efectiva: la lucha contra la “casta”. Ese discurso binario le permitió capitalizar el enojo social y presentarse como un líder distinto, dispuesto a barrer con los vicios del sistema.
Pero en apenas unos meses, el relato comenzó a erosionarse. Lo que parecía un plan de reformas radicales hoy se ve atravesado por denuncias de corrupción que tocan el círculo más íntimo del presidente. Y la pieza más expuesta no es un funcionario menor, sino su hermana, Karina Milei, “El Jefe”, convertida en el centro mismo del poder libertario.
De la épica anticasta al espejo roto
La campaña se construyó sobre un clivaje nítido: libertad contra casta. El presidente pidió sacrificios en nombre de un futuro distinto, confiado en que la sociedad aceptaría ajustes si veía un rumbo moralmente superior.
Sin embargo, el escándalo en la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS), donde la Justicia investiga un esquema de coimas ligado a más de 3.000 pensiones por invalidez presuntamente irregulares y contratos “fantasma”; las denuncias sobre compras direccionadas en el PAMI por más de 40 mil millones de pesos en medicamentos y servicios; y la polémica por la criptomoneda $Libra, lanzada sin regulación clara y sospechada de beneficiar a operadores cercanos al oficialismo, golpearon de lleno esa narrativa.
Ya no se trata de un enemigo externo, sino de prácticas que brotan desde adentro. Para un proyecto que se definió como incorruptible, el costo simbólico es enorme: el espejo anticasta empieza a reflejar lo mismo que juró combatir.
La reina bajo ataque
En este tablero, la pieza más poderosa es Karina Milei. Su rol trasciende el de asesora: concentra decisiones, controla nombramientos y se erige como figura mítica para el presidente. Esa centralidad la convierte en fortaleza, pero también en vulnerabilidad.
Las denuncias que la rozan no pueden despacharse como “operaciones de la casta”. Si la credibilidad de “El Jefe” se resquebraja, se tambalea la base misma del poder presidencial. A diferencia de otros gobiernos, aquí no hay margen para sacrificar piezas menores: rey y reina están atados al mismo destino.
El costo político de la incoherencia
El capital político de Milei ya muestra signos de desgaste, sobre todo entre los votantes que no pertenecen a su núcleo duro. La confianza depositada en la promesa de un cambio ético se erosiona rápido, y la decepción puede ser más corrosiva que la oposición tradicional.
Un gobierno que se presentó como distinto no tiene margen para repetir las viejas prácticas. Cada contradicción golpea más fuerte porque va contra la esencia misma de su relato fundacional. Y en política, cuando la identidad se resquebraja, la gestión queda en segundo plano.
La partida sigue
El gobierno de Milei enfrenta hoy un dilema clásico: proteger a la reina a cualquier costo o admitir que la estrategia inicial fue un error. Ninguna de las opciones es sencilla. La primera puede salvar el tablero en el corto plazo, pero debilitar la credibilidad a largo. La segunda sería admitir que el discurso anticasta fue apenas una máscara.
En cualquier caso, el jaque está planteado. Y la pregunta es inevitable: ¿cómo sigue la partida cuando el único movimiento posible es proteger a la reina?