
La política argentina, un péndulo que oscila con violencia entre crisis y esperanzas efímeras, se encuentra nuevamente en un punto de inflexión. La irrupción del “mileísmo” como fuerza disruptiva ha reconfigurado el tablero, dejando a un peronismo desorientado y a un sector del electorado en busca de un horizonte que no sea ni la confrontación anárquica ni un regreso a fórmulas del pasado. En este escenario de “fatiga de la grieta”, resurge con fuerza la pregunta sobre la viabilidad de una tercera vía: una alternativa republicana, institucionalista y con sensibilidad social que logre romper la polarización asfixiante.
Más Allá de la Avenida del Medio
Es crucial entender que esta “tercera vía” no es un mero centrismo insípido ni la “avenida del medio” que tanto se pregonó en el pasado como simple estrategia electoral. Se trata de una propuesta con identidad propia, que busca compatibilizar la dinámica del mercado con un Estado presente y eficiente, que valora el diálogo por sobre la descalificación y que entiende que la única salida real es a través de acuerdos transversales. Hablamos de un proyecto que prioriza la resolución de los problemas “reales” de la gente —inflación, pobreza, inseguridad— por encima de las batallas ideológicas que solo interesan a la “casta política”.
Figuras como Horacio Rodríguez Larreta en el PRO, Martín Lousteau desde el radicalismo, y gobernadores como Maximiliano Pullaro (Santa Fe) o Juan Schiaretti con su “modelo cordobés”, encarnan, con sus matices, este espíritu. Demuestran con sus gestiones que es posible articular desarrollo productivo con equilibrio fiscal y perspectiva social, huyendo de la confrontación estéril que emana desde el poder central.
Fantasmas del Pasado y Desafíos del Presente
Sin embargo, el camino está plagado de obstáculos y el escepticismo no es infundado. La historia argentina está llena de intentos fallidos. La Alianza de 1999 es el fantasma que recorre cualquier coalición de centro: un gobierno que, a pesar de las buenas intenciones, naufragó por sus contradicciones internas y su incapacidad para gestionar una herencia económica devastadora. Más recientemente, la coalición Cambiemos, aunque exitosa en desplazar al kirchnerismo, terminó virando hacia una polarización de derecha para contener su base, una estrategia que hoy limita su capacidad de expansión.
El principal desafío para consolidar esta alternativa es superar la fragmentación de las élites políticas. La tendencia histórica de nuestro sistema hacia la concentración bipolar (peronismo vs. antiperonismo) es una fuerza poderosa que obliga a las terceras opciones a unirse en alianzas amplias, a menudo frágiles. Las Primarias (PASO), si bien filtran, también tienden a “soldar” estos dos grandes frentes, elevando el costo de entrada para cualquier nuevo actor.
Un Escenario Favorable pero Exigente
A pesar de los desafíos, las condiciones actuales parecen más propicias que nunca. El “mileísmo”, con su estilo confrontativo, genera gobernabilidad precaria y un creciente aislamiento. Su éxito o fracaso dependerá de su capacidad para negociar, algo que choca con su ADN fundacional. Por otro lado, el peronismo, particularmente el kirchnerismo, se muestra desarticulado y sin un proyecto claro más allá de esperar el fracaso ajeno. Su núcleo duro se ha reducido y su liderazgo, aunque vigente, parece más anclado en la nostalgia que en una propuesta de futuro.
La sociedad argentina, empobrecida y hastiada del “ruido blanco de la polarización”, parece demandar “algo razonable”. Una fuerza que no ignore al interior productivo, que construya desde el consenso y que entienda que no se puede gobernar sin un Estado de derecho sólido y una república democrática plena.
En conclusión, la viabilidad de una tercera vía en Argentina no es una utopía, sino una necesidad imperiosa. El terreno es fértil, pero exige de sus potenciales líderes una generosidad y una visión estratégica que han escaseado en nuestra historia reciente. El éxito dependerá de su habilidad para construir un proyecto claro y con anclaje social, que demuestre que es posible gobernar con empatía, eficacia y, sobre todo, con la mirada puesta en un futuro compartido y no en la perpetuación de una grieta que solo nos ha conducido al fracaso.